Tanto afán de llegar a tiempo, tanto negarnos el placer de perdernos, de ver otro paisaje, tanto dejar pasar el tren equivocado.
Tanta urgencia por abolir la sorpresa, por saber cuántos clientes atiendo en un día, cuántos cables remiendo en un día, cuántas gráficas pinto en un día, cuántos días me dura la vida.
Incluso tanto apuro por conocer en vacaciones sólo lo que ya conozco, las playas cinco estrellas sin peligros, los centros comerciales sin peligros y las pulcrísimas calles sin peligros de cada país que tacho de la lista.
Hasta el extremo de presionar tanto al otro para que sea eso mismo: una máquina que me facilite la vida, que llegue cuando yo quiero, que diga lo que yo espero y que no se le ocurra fallar.
Tanto orgullo por venir al mundo y no vivir, tanto estudiar para olvidar lo primero: que para que haya un cuento se precisa un nudo y si controlo todo pues no hay ninguno. Y si no hay un susto, una sorpresa, una risa o cualquier cosa que haga un vacío en la tripa, cuál es el propósito de caminar?
#The100DayProject #Day3
Me encanta cuando lográs que me identifique con tus palabras.
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Si no nos permitimos reconocer la tristeza, la angustia, la ira… ¿Cómo saber reconocer la alegría?
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