Las alverjas sólo existen en boca de los campesinos que las siembran. Eso sí, en el diccionario, junto a la foto gris de una pepa que ni siquiera se adivina verde, existen las arvejas.
Las alverjas no existen, así como no existen los campesinos que las nombran. Como no existen las gentes de esos países donde se habla tan mal el español, como no existen los barrios donde los malhablados te taladran los oídos con su vulgar forma de usar las palabras que no existen.
Las arvejas existen porque lo dice el diccionario, ese pesado libro que enumera todo lo que se considera admisible y aplasta la fealdad de las palabras silvestres, esas que denuncian la vida que crece en las periferias, en las grietas del concreto y en las gargantas de toda la gente que no existe.
Hace poco le contaba a mi mamá que según el diccionario son arvejas… Ella sigue feliz con sus alverjas, yo sonrío.
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