«Para poder tobogarse hay que subirse a la escalera del tobogán, por eso es que los toboganes necesitan escalera», va diciendo Isabella mientras dibuja una temblorosa línea en una servilleta que le sirve de escalera a un tobogán, tan tembloroso que de lanzarse uno, bajaría dando rítmicos saltitos hasta llegar al suelo con los dientes rotos.
No hace falta tener más de tres años para entender que para acceder al vértigo hace falta una escalera, aunque sea deforme, aunque sea temblorosa, pero que sea siempre muy nuestra. Que para caer en los deliciosos abismos de la emoción y probar los súbitos temblores, hace falta al menos empezar por abrir la puerta.