Diana y Hernán

Diana y Hernán se besan a la intemperie, en el suelo, en harapos, en la calle que es su casa. En los bares y los diarios se escucha la poesía lastimera de aquellos que se sorprenden de que la gente sin dientes también pueda besar, la broma edulcorada que con disimulo se burla del atuendo, del regalo, de los cuidados.

Se conmueven, como si apenas descubrieran que la gente que vive en la calle también tiene alma, como cuando descubrieron que los negros tenían alma, que los indios tenían alma, que eran casi humanos. Quién iba a pensar.

Resulta más fácil conmoverse, apiadarse, lamentarse, disimuladamente burlarse, antes que admitir que cuando hablamos de «ellos» estamos hablando de «nosotros», de nuestras propias miserias, de todas aquellas tristezas más grandes o más pequeñas que logramos ignorar cada vez que cerramos los ojos y besamos.

23/03/2016

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