Abismo

Tal vez fue su enorme mano roja marcada en mi piel o tal vez algo más sutil, una sentencia: «nadie te va a querer así». Como un animal domesticado tengo en el estómago ese lugar que se estremece cuando voy a cruzar el umbral. Como un ratón de laboratorio respondo puntual al dolor del estímulo que se activa en la proximidad del margen de la tentación.

Pero igual caigo. Me desplomo en el precipicio y gozo la caída aún por encima del dolor. Queman las alas pero no se alivia la sed de volar. Y cuando por fin encuentro el vuelo llega la claridad ¿a quién hago mal con mi libertad? Y desde lejos solo veo lo pequeño de mi mundo  y el olvido que me aguarda cuando regrese a mi lugar.

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