No es soledad la ausencia, sino la carencia de nuevos relatos que nos llenen de indignación, que nos emborrachen de revolución, de enojo, de ebullición, de salgamos a la calle, de dejar que nos atropelle la realidad, de atropellarla a también a ella.
No es soledad el silencio, sino la falta de música nueva cargada de sentido porque la escuchamos una tarde de lluvia en la que planeamos un paseo a la playa o cargada de la ridiculez con que bailamos mientras reíamos con su letra tonta.
No es soledad la calma sino la sequía: una playa sin la marea que le trae cosas inesperadas como la gente que llega de visita sin avisar, como las canciones horrendas que se vuelven testimonio de un momento y un lugar, como esos balones pinchados que llegan de altamar, pero que son nuestros, sólo nuestros.