Elegir al rival

Dentro de una democracia representativa, la elección de un gobierno no implica simplemente la elección de un programa de gobierno y de la persona que lo ejecuta. La mayoría de las veces implica la elección de una agenda y un eje de debate: un tema o una serie de temas en torno a los cuales van a girar los debates y las decisiones durante el período de gobierno, así como algunas ideas o sentidos comunes que predominan en el imaginario colectivo.

Durante décadas, el eje del debate en Colombia ha sido la guerra. Sin embargo, los diferentes gobiernos han tenido enfoques diferentes para este problema.

Entre 2002 y 2010, el enfoque era la “seguridad”. A veces parece que cuando hablamos de paz y seguridad, estamos hablando de lo mismo, pero para nada es así. La paz implica la negociación para la construcción de consensos entre diferentes sectores sociales. Por otra parte, el concepto de “seguridad” implica la existencia de un enemigo, de grupos peligrosos que constituyen una amenaza para la “gente buena” del país que debe ser protegida a toda costa. Por lo tanto, implica una división de la población entre “buenos” y “malos”, “gente de bien” y “gente peligrosa”.

Durante el gobierno de Álvaro Uribe, esta división quedó sumamente clara. Desde el gobierno se fue etiquetando a ciertos sectores de la población en el lado peligroso: la guerrilla, las ONG, los defensores de Derechos Humanos, los líderes sociales, las organizaciones indígenas, campesinas y estudiantiles entraron en esa categoría y pasaron a ser enemigos públicos en la búsqueda de la tan anhelada seguridad.

Sin embargo, a partir del 2010, el enfoque del problema cambió: comenzó a hablarse nuevamente de “paz”, por lo tanto, había lugar a la negociación. Los actores que el uribismo había transformado en enemigos, recuperaron dentro del imaginario público su estatus de ciudadanos y su voz volvió a tener valor dentro de los escenarios de negociación: los guerrilleros, las víctimas, las minorías, comenzaron a reaparecer, ya no como enemigos públicos, sino como colombianos con diferentes visiones de país y necesidades que también reclamaban participación.

En este contexto, el eje del debate dejó de estar solo en la guerra y tomaron fuerza nuevos asuntos como la educación, la salud, el agro y temas solo posibles en la posguerra. Un escenario en donde ya no solo estamos pensando en sobrevivir, sino en cómo vivir mejor y sobre todo, garantizar que no reaparezca el conflicto.

Por eso es que en este momento no estamos ante la elección del nuevo presidente: también tenemos que votar por el eje de debate que nos va a ocupar durante los próximos cuatro años y por los actores que participen en ese debate.

El resultado de la primera vuelta fue contundente: hay un 50,87% de colombianos que prefieren seguir el camino en el que vamos. Colombianos que votan por la vigencia de los acuerdos de paz, pero sobre todo por la oportunidad única que nos da el posconflicto: la de poder empezar a construir un país más incluyente.

Si bien es cierto que Fajardo y De la Calle tienen una visión de país diferente a la de Gustavo Petro, el eje de sus programas de gobierno era muy similar: educación, trabajo, salud, inclusión de minorías y perspectiva de género. Por lo tanto, en un eventual gobierno de Petro, el debate seguiría centrado en estos temas. Hay un acuerdo en el qué, aunque no haya acuerdo en el cómo.

Por otra parte, en un eventual gobierno de Duque, el eje del debate volvería a estar en el conflicto. “Hacer trizas el acuerdo de paz” es un propósito muy claro del Centro Democrático e implica volver a las viejas etiquetas que dividieron a la sociedad colombiana y nos alejaron de la paz y la construcción de un país más incluyente.

Por esta razón, las personas que votaron por Fajardo y De la Calle en primera vuelta, aunque ya no puedan votar por su candidato en la segunda, aún tienen una gran oportunidad: pueden elegir el eje del debate que guiará el destino del país y también pueden decidir cuál será el gobernante al cual prefieren hacerle oposición.

En una mano está el debate de cómo dar la guerra y en el otro, el debate sobre cómo seguir construyendo la paz. En una mano está Iván Duque, con quien la lucha será por no retroceder a nuestro pasado de violencia, y en la otra Gustavo Petro, con quien hay acuerdos sobre la importancia de la educación, la salud, el medio ambiente y la equidad.

Por todo eso, no hace falta sentir simpatía por Petro, ni siquiera es necesario compartir su ideología. Basta con saber que si no quieren elegirlo como presidente, aún pueden elegirlo como rival.

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